Las luces neón fosforecen mi nostalgia
mientras miro indiferente
descender del cielo a una deliciosa suripanta
y su carne radioactiva.
No tiene alas, ni lira,
ni halo, ni himen,
apenas y trae algo, casi nada,
su diminuta mortaja y su sonrisa de halógeno.
Quisiera destriparla un rato,
jugar con sus órganos como quien juega con mercurio,
ponerle fíbulas en la boca, los párpados, la nariz,
y llevarla hasta la fibrilación;
mas no me alcanza ni para un mantra.
Aturdido de pobreza vago por la urbe,
voy matando travestis, ratas y niños de la calle.
Me sumerjo en las alcantarillas,
olisqueo los intestinos de la nación;
mi estómago es un océano de arcadas negras,
vomito sombras,
me siento tan baldío como los automóviles abandonados;
quisiera dejar de querer a algunas personas
porque a veces me duele,
duele como un edificio en llamas,
como un beso en el cogote
o un disparo en el entrecejo.
Alguien ha de morir entre mis brazos
porque no conozco el número de emergencias;
en su agonía le musitaré poemas,
le hablaré del infierno y sus neoblastos
para que no tema a las amputaciones.
En vano he buscado a Lilith,
en vano he amado a Eva;
vértebra y costilla, ambas cosechadas
en los surcos de mi carne.
Quizá deba perder el esqueleto entero,
así mi llanto hallaría motivo.
¿Y si soy hijo del caos y no de Dios?,
pues me gusta traer mujeres atoradas en los colmillos,
cenizas entre las uñas,
sangre en los huecos de la camisa,
las botas mojadas por flujos feminales
y alcohol en las venas
para incendiarme cuando sea preciso.
Voy tras vértigo como un desamparado,
reposo mi demencia en una acera habitada por mariachis
y demonios,
me abrigo con el cadáver de un indigente;
respiro monóxido hasta destrozar mis fosas,
vuelvo a enardecer,
violo a las mujeres que transitan solitarias
como hijas olvidadas de la luna…
Soy el Adán del nuevo milenio,
Dios me regaló todos los vicios.
De: Manolo Mugica
(Mancha designada)