22 marzo 2010

Galaxia 1

Galaxia, ya eres nuestra, estás a mano,
ya eres Dios roto en ángeles y números,
nave celeste anclada entre los hombres.
Ven de una vez, Galaxia, ya eres nuestra,
la eternidad no es más que el tiempo fijo
del hombre que naufraga en un espejo.
Contra tu tiempo estable, luz de piedra,
te están buscando tiempos en la sombra,
te están llorando niños por la frente.
Galaxia, arca de Dios, ya estás a mano,
se te caen monedas, se te rompen
los nombres de los dioses contra el mundo.
Que se te mueva el tiempo en las entrañas
y explote en catedrales llenas de hombres
para poblar el cielo de recuerdos.
Todos fuimos Galaxia, todos somos
y seguiremos siendo lo que fuimos:
álgebra con explosión, número en llamas.

De: Ludovico Silva

12 marzo 2010

Apenas al vuelo (o los profetas rupestres fueron a madrear, tal vez)

La botella no se reventó como esperábamos, ni la cabeza de Who fue una bomba que explotara a destiempo. Pero aún así las paredes sacudieron sus memorias de dinamita y paletadas de cemento. Una fuerza invisible con olor a cerveza y buen pulque peinó las pestañas rígidas y agüitadas de un niño que sin saber hablar tejía palabras coherentes palabras de un nuevo mundo diría Melchy, palabras como gelatina de frambuesa escurriéndose en lágrimas de un gato baleado por el diablo, diría Calavera.

La botella no se reventó como esperábamos, pero la secuencia del lenguaje binominal, el lenguaje de las máquinas que poco a poco nos volvemos, el ritmo de un chamán con cicatrices estroboscópicas y tormentas de imágenes en la boca, tormentas que también son la garra de un jaguar que todavía no nace y ya tiene el zarpazo de la locura, una firma como de pulcata en un baño fresa, una firma de adolescente cholo en el transporte público. Todo eso fue apenas el suspiro o estertor de un fantasma de seis metros que mete su lengua por nuestros oídos, que nos mete el dedo por la nariz para revolvernos el cerebro, que nos lame y nos peina a su gusto para después ser él, un fantasma viejo que recorre los nuevos años por la ciudad de México, que nos hace volver a nuestras casas a pie y por el camino más largo, el camino de pensar en el próximo poema, de sentir que la vida es una hoja seca olvidada por el otoño, y entonces vivir unas ganas incontrolables de pisarla hasta terminar con la suela de nuestro zapato nuevo, el mismo que usamos desde hace cuatro años. Apenas al vuelo……………………………….
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De: Hilario Ventura